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Siempre es complejo escribir sobre México. Por el alto grado de exigencia que hay en torno a la selección -tanto cambio de DT lo atestigua-, por el componente eminentemente local de su fútbol -aunque cada vez menor, ya que poco a poco van saliendo más jugadores al exterior- y porque chocan siempre los resultados históricos -nunca extraordinarios- con la enorme ambición de una hinchada que se siente con fuerza y nivel de pelear de verdad con los mejores.
Pero los progresos son evidentes. Sin superar la fase maldita de octavos de final, el Tri gustó en Corea y Japón y aún encandiló más en Alemania, donde gran parte de la crítica coincidió en que su derrota ante Argentina fue tremendamente cruel. Su fútbol ha crecido a los ojos del mundo, convirtiéndose incluso en una influencia para técnicos tan destacados como Guardiola, que elogió en su papel como analista del último campeonato la fantástica salida de balón desde la zaga que practicaba el cuadro entonces dirigido por el criticadísimo Ricardo Lavolpe. El entrenador de origen argentino no sobrevivió deportivamente a esa eliminación ante la albiceleste y cedió su lugar en una de las sillas más calientes del planeta al que había sido su gran enemigo, Hugo Sánchez. La leyenda madridista tampoco consiguió perpetuarse en el cargo y corrió la misma suerte que unos meses después fulminaría a Sven-Goran Eriksson, todos ellos víctimas de esa máquina trituradora de seleccionadores que es el combinado mexicano. Llegó Javier Aguirre, el hombre que, tras haber cuajado un buen campeonato en 2002, se ganó cierto prestigio dirigiendo en España y llevando a puestos de Champions League al Osasuna y al Atlético. Y con él, el equipo nacional reaccionó tras un horrible arranque de la ronda final de la fase de clasificación en la zona CONCACAF, ganó cinco partidos consecutivos y estuvo incluso muy cerca de alcanzar a Estados Unidos en la primera posición.
Y pese a todo ello, pese a los buenos recuerdos del pasado y a los notables resultados de la actualidad, Aguirre empieza el Mundial de nuevo situado en el ojo del huracán. De poco le ha servido su carácter afable ante los medios, ese temperamento conciliador que le ha llevado a ganar tantas batalles desde que se dedica a esta profesión rodeada de flechas y garrotes. Tras la exclusión de Jonathan Dos Santos, convertida ayer en asunto de debate nacional, se le acusa de apostar por los veteranos y de menospreciar a los jóvenes, una etiqueta bastante injusta si nos damos cuenta de que en su convocatoria final hay siete jugadores menores de 23 años (Vela, Giovani, Chicharito, Barrera, Juárez, Moreno y Torres Nilo). En realidad, lo que se le reprocha es que haya incluido a veteranos como Cuauhtémoc Blanco y el Bofo Bautista, cuya presencia no puede entenderse tanto por el rendimiento actual -discreto, Blanco ha jugado además los últimos meses en segunda división con el Veracruz- como por su jerarquía simbólica.
Pero hablemos de Jonathan. Es cierto que la selección no anda sobrada en lo que se refiere a centrocampistas de calidad en el manejo del balón (parece que formarán dupla los correctos Gerardo Torrado e Israel Castro), pero también lo es que el menor de los Dos Santos sólo ha disputado 114 minutos con el primer equipo del Barça en la máxima categoría del fútbol español. A casi todos los efectos, y pese a entrenar con la plantilla de Guardiola a diario, es un jugador de Segunda B, una división semi profesional cuyo nivel de exigencia está muy por debajo de lo que uno puede encontrarse en un campeonato del mundo. No digo que Jonathan no tenga calidad para estar en el Tri: quizá habría sido una apuesta interesante. Pero lo que sí me parece claro es que su exclusión no es un escándalo, no es una aberración como para lanzar a Aguirre a los leones. A mi, verdaderamente, lo que me sorprendió fue que lo llamaran tan pronto para integrar la absoluta. Lo más lógico es ganarse un puesto en el fútbol de clubes de máximo nivel y después, una vez se destaca allí, recibir la convocatoria del combinado nacional. Me cuentan algunos amigos mexicanos que lo que se le critica a Aguirre es no haber pensado en el futuro, haber provocado el enfado de la familia de Jonathan y su renuncia al Tri. En mi opinión, un jugador de 20 años que no acepta un descarte y amenaza con dejar la selección es el que se comporta de manera equivocada. El entrenador no puede condicionar sus decisiones a las posibles reacciones desproporcionadas de sus futbolistas, y mucho menos si hablamos de los que están empezando. Hoy estamos viendo en otros países como gente como Walcott -que ya estuvo en un Mundial- encajan con madurez y responsabilidad sus exclusiones y ni se les pasa por la cabeza amenazar con no volver nunca más. Y sin embargo, uno percibe muchos apoyos hacia Jonathan en los foros de opinión mexicanos. Me da la sensación que en los últimos tiempos se ha tendido a depositar demasiadas esperanzas en chicos que están en el extranjero, en clubes con un gran nombre y una repercusión mundial extraordinaria, olvidando qué papel tienen ahí y sin preguntarse si realmente están dando un gran rendimiento. Carlos Vela es un ejemplo. En dos años en el Arsenal ha empezado tres partidos de la Premier como titular. Sus actuaciones no son como para pensar que ha merecido jugar un Mundial, pero sigue beneficiándose de su maravillosa aportación en ese sub-17 de 2005 (de cuyo equipo campeón hay cuatro miembros en la selección actual) y de su enorme potencial. El hecho de que hasta hace bien poco aún se contara con Nery Castillo, prácticamente inédito desde que dejó Grecia a nivel de clubes, me convence aún más de que se está valorando poco el día a día.
Con todo ello en la cartera, el Mundial no será fácil para México, encuadrado en un grupo terriblemente complicado. Sobre el papel, es mejor que Sudáfrica, peor que Francia y de un nivel similar a Uruguay, por lo que su clasificación podría decidirse en el duelo directo ante los charrúas. Aguirre posee una nómina de defensores muy interesantes, en el que la aparición de jóvenes como el brillante Héctor Moreno puede compensar el descenso en el rendimiento de un clásico como Rafael Márquez. Con un debate apasionante abierto sobre quién debería ser el meta titular -con Michel recortándole la distancia al prodigioso Ochoa en los últimos tiempos-, la gran duda se centrará en la capacidad rematadora del equipo. El delantero que mejor llega al envite, quizá el único cuya presencia se entiende indiscutible y es unánimemente aceptada, Javier Hernández, tiene ante sí el gran reto de su carrera. Con el mundo observándolo con enorme interés a pocas semanas de incorporarse al Manchester United, su acierto resultará clave para saber si México logra meterse en octavos por quinto campeonato consecutivo o si sucumbe ante la fuerza de la pareja de delanteros de Uruguay, la pequeña ventaja que muchos analistas conceden al equipo de Tabárez.
Gracias por la columna. Es bueno saber lo que opinan en otros lados. Saludos.
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