Este post es colaboración de Sagrario Mondragón. (@Sagra_M)
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Hay encuentros deportivos que no se olvidan; aunque pasen los años, aunque la memoria se llene de telarañas, aunque no haya sido un parte aguas en la historia del deporte y aunque nadie más lo recuerde con gran apego. Para mí, uno de esos encuentros sucedió el 27 de enero de 1991: El Super Bowl XXV. En este caso, seguro que Scott Norwood lo tiene MUCHO más presente que yo, pero ya llegaremos a eso.
Minutos antes de empezar el partido, mi papá (amante del deporte y ex jugador de los Frailes) me propuso una “negocio”: me apostaba dos domingos (abono semanal, salario semanal patrocinado por mi progenitor, llámele como quiera) a que Buffalo sería el ganador del Vince Lombardi. Yo le voy a San Francisco, y aunque realmente me importaba poco quien saldría triunfador, lo medité un poco.
Tanto los Gigantes como Buffalo habían tenido una temporada de 13 victorias y 3 derrotas, los primeros con la mejor ofensiva de la liga y los segundos con la mejor defensiva. Jim Kelly comandaba a una máquina de hacer puntos con 53 TDs en la temporada, mientras que los Gigantes apenas habían alcanzado 18 TDs. El factor decisivo para aceptar la apuesta claramente no fueron los números, 50% fue porque decidí que si los Gigantes le habían ganado el Campeonato de la NFC a San Francisco (que además eran los campeones) nadie podría vencerlos y 50% por llevarle la contra a mi padre.
Whitney Houston cantó el himno para dar inicio al partido. El primer cuarto terminó con un empate a 3 puntos y en el segundo cuarto la sonrisa de mi padre se convertía en una de orgullo, de victoria, de “yo siempre tengo la razón” cuando Don Smith (BUF) avanzó 1yrd para anotar el primer touchdown de la noche y pocos minutos después la defensiva de Buffalo conseguía un safety aprovechando que Jeff Hostetler (QB NYG) perdiera el control al tropezarse con Ottis Anderson al sacar la jugada en la yarda 1; el partido se fue al medio tiempo 12 (BUF) – 10 (NYG) gracias a un TD recepción de Stephen Baker (NYG) casi al terminar el cuarto.
La segunda mitad del partido me dio la sonrisita de satisfacción a mí: al final del tercer cuarto los Gigantes tenían la ventaja 17 – 12 cortesía de Ottis Anderson (nombrado MVP del SB). En los primeros segundos del cuarto cuarto, Thurman Thomas puso a Buffalo adelante en el marcador con un TD corriendo 31yrd (19 BUF – 17 NYG). A la mitad de ese cuarto los Gigantes recuperaron la ventaja con un gol de campo de Matt Bahr, pero no todo estaba escrito. Buffalo logró cruzar el campo en menos de dos minutos y faltando poco más de cuatro segundos en el reloj, los Bills enviaron a Scott Norwood a intentar un gol de campo de 47yrds que los haría campeones. Norwood consiguió la longitud deseada, sin embargo, el balón terminó a la derecha del objetivo. Y así, en los últimos segundos, el equipo de Bill Parcell ganaba el segundo Super Bowl de la franquicia.
De 1985 a ese día, Scott Norwood, el individuo que falló en el momento más importante, el que inició la racha de cuatro Super Bowls que los Bills perderían al hilo, el villano de la historia; tenía una eficiencia de 82% entre 30 y 39 yardas, de 62% entre 40 y 49 yardas y aunque había fallado los 6 goles de campo de 50+ yrds que había intentado, tenía las probabilidades a su favor y aún así no lo logró.